El Consejo del Abuelo Arhuaco
Esa mañana la Majestuosa Sierra Nevada se veía más hermosa que nunca, San Miguel el pueblito indio se mostraba acérrimo ante el abiso distante, mientras que el makotama se desprendía del albo nevado saludando efusivo a los niños que nos encontrábamos disfrutando de sus frías y cristalinas aguas, que feliz me encontraba al lado de mis primos Martín, y Alina, y con la compañía de aquel viejo Arhuaco que me recibió en mi prematuro nacimiento de seis meses dos semanas, y que nadie incluyendo a la partera daban un céntimo por mi sobrevivencia, es cuando aquel misterioso indígena saca a flote su sapiencia legendaria y se ocupa de aquel cuerpecito enjuto y tembloroso, y lo envuelve en unas hojas de kappé, introduciéndome en el pecho de mi Madre, durante tres largos meses, convirtiendo a mi vieja en “Madre canguro”.
Todos los días salíamos de San Miguel hacía el Makotama a bañarnos en compañía del viejo indio, él era feliz viéndonos jugar, éramos sus hijos del alma, nos amaba mucho el abuelo, pero a mí me cuidaba más, y pensaba yo, que me amaba más que a mis primos, cuantos consejos nos daba el abuelo, nunca nos azotó, pero fue severo, muy severo con nosotros, nos inculcó valores y sobre todo el respeto a los mayores, nos enseñó a querer a la tierra y amar la naturaleza, a los seis años nos enseñó a sobrevivir sin ayuda de nadie, a mi primo Martín y a mí, nos enseñó a cultivar y a pescar, y a mi prima Alina, la enseñó a tejer hamacas y mochilas.
Una de las charlas que más recuerdo del abuelo Ambrosio, y que marcaría para siempre mi vida, fue la de esa mañana cuando se quitó respetuosamente su Toczuma (gorro) de su cabeza, y mirando hacia la Majestuosa Sierra me dijo en su dialecto: —–Mira a Seinekan (Madre tierra), ella es tu Madre, ámala, respétala, cuídala, ella es tuya, te la dio Kakü Serankua a ti, y a los Kóggabas (hombres), mira el arroyo, el rio que baja raudo, es tuyo, mira hijo el árbol, sus frutos, sus ramas, todo eso es tuyo, ——mirá ve, el pajarito que canta, es tuyo también, sus plumas, hasta su trino te pertenece, todo, todo eso es tuyo hijo mio, esos son regalos de Kakü Serankua, y por último sacó un billete de un peso y mostrándomelo me dijo: —-Lo que no es tuyo es esto hijo mio, así te mates toda una vida trabajando, esto no te pertenece. ¡CUANTA RAZÓN TENIAS ABUELO ARHUACO!, ¡CUANTA RAZÓN!
Lo último que recuerdo del Abuelo fue cuando mis viejos ejercieron el derecho de Padres en el Puerto de la Gloria (Cesar), y me arrancaron de los brazos del Abuelo indio que con tristeza entregó a aquel niño de 12 años a sus verdaderos padres; desde entonces cargo esta tristeza en mi alma. A los dos años después del suceso en el Puerto, murió el viejo Arhuaco, aunque mi tía Carmen dijo, que él murió ese día que me entregó a mis padres en el Puerto de la Gloria. Todavía hoy en día escucho a lo lejos, a aquel caracol ritual tradicional de los Mamos mayores, y que el Abuelo le arrancaba notas sacadas de los pentagramas sagrados de sus ancestros.